Decía que sonó el teléfono al final de la tarde y una voz española me preguntó si hablaba conmigo. Dije que sí, que era yo mismo. Afirmación un poco aventurada no desprovista de presunción. Pero, en fin, la comunicación telefónica no puede tener en cuenta demasiados refinamentos analíticos. Si uno se pone a hacer de Wittgenstein a cada llamada telefónica, es evidente que no habra fin.

 Jorge Semprún, Federico Sanchez se Despide de Ustedes, Tusquets Editores, 1993

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